En Colombia es patente la discriminación y exclusión de población LGBT en espacios laborales

Así lo demuestra un estudio de percepciones que la Escuela Nacional Sindical y la Corporación Caribe Afirmativo están adelantando en tres ciudades: Bogotá, Medellín y Cartagena, a fin de analizar las condiciones de trabajo decente de la población LGBT; estudio que indica la prevalencia de una serie de prácticas y acciones de discriminación y exclusión en espacios laborales, lo mismo que prejuicios sexuales que justifican creencias y opiniones que operan como mecanismos de vigilancia y control sobre los cuerpos y su expresión de género.

Para la población LGBT, la afectación a sus condiciones laborales no sólo se debe a los procesos de flexibilización laboral y sus secuelas de inestabilidad, malos salarios y ausencia de seguridad social, sino también a causa de la intolerancia e irrespeto hacia sus derechos, por el solo hecho de salirse de la normativa heterosexista.

Esto se manifiesta en prácticas y presiones indebidas como: burlas por parte de los compañeros, chistes intencionados, señalamientos constantes, sobrecarga de trabajo y asignación de responsabilidades no contempladas en la contratación, imposibilidad de ascenso y movilidad laboral, acoso sexual (sobre todo a las mujeres), y la búsqueda desesperada de eficiencia en la empresa o institución donde estas personas laboran, para mitigar así los efectos negativos que pueda tener su condición sexual.

Discriminación en el lugar de trabajo

Los actos discriminatorios hacia la población LGBT en los espacios laborales, es un tema complejo por las dificultades para demostrarla, puesto que generalmente estos actos se manifiestan en actitudes o conductas que, consciente o inconscientemente, tienen como intención anular, dominar o ignorar a la persona por su orientación sexual. Los empresarios, por ejemplo, saben que no pueden despedir a alguien por ser gay o lesbiana, pero las personas entrevistadas para este estudio expresan que en muchas ocasiones, para justificar el despido, esgrimen motivos ajenos a esos. En casos en que se demuestra que el despido tiene un componente homofóbico, la ley obliga a la restitución en el cargo, pero esto implica para la víctima revincularse a un espacio en el que ya fue rechazada.

Para no ser víctimas de estas acciones, o no perder su empleo, los gay y lesbianas acuden a estrategias como el autocontrol y mantener en silencio su orientación sexual. Así lo testifica una mujer lesbiana, de 28 años de edad, cartagenera, quien trabaja como economista en una Institución pública:

“En mi oficina mantengo oculta mi sexualidad porque sé que en un contexto tan machista no estaría bien visto y sería sometida a burlas, chistes y atropellos que no estoy dispuesta a afrontar. Me favorece que soy muy femenina y que manejo absoluta reserva. Mi vida es de la oficina a mi casa y no más, con nadie de mis compañeros hablo de temas personales. No voy a fiestas ni a integraciones, para evitar interrogatorios. Sin embargo, no ha sido fácil, me toca decirle a mi pareja que no vaya por la oficina, trato de no hablar por teléfono con ella y bueno… prefiero pasar como mujer solterona a que se den cuenta de que soy lesbiana”.

Estas estrategias de ocultamiento y autocontrol repercuten en la vida de las personas, quienes empiezan a sentir que llevan una doble vida, una disociación entre lo afectivo y lo laboral, lo que adicionalmente genera tensión, estrés y ansiedad. Al respecto dos testimonio, el primero de una mujer lesbiana de Medellín, y el segundo de un médico gay, bogotano de 29 años de edad:

“Yo no soy una mujer femenina ni una mamacita que pueda ser objeto de deseo para los hombres, sin embargo cuando en la oficina se extendió el rumor de que yo era una machorra, porque así me llamaban, algunos compañeros empezaron a provocarme sexualmente, con chistes sobre la falta de pene y esas cosas. Incluso un día del amigo secreto me regalaron un vibrador, algo que me pareció grotesco y violento. La presión fue tal que tuve que pedir cambio de sede y por fortuna se me dieron las cosas. En mi nuevo lugar me toca ser muy cuidadosa para evitar que eso me vuelva a pasar. Pero vivo con mucho temor y estrés cuando me preguntan por mi familia, mi novio, y sobre todo que cuándo me voy a casar, porque ese es otro asunto: si una a cierta edad no está casada con un hombre, comienza a ser objeto como de conmiseración”.

“Hasta hace un año trabajaba en un hospital privado y por unas fotos que montaron en la red mis compañeros se dieron cuenta de que soy gay. Durante varias semanas ese fue el tema de conversación y de burla en la oficina, incluso muchos compañeros dejaron de sentarse a mi lado. Yo permanecía en silencio, haciéndome el que no era conmigo, pero la angustia y la rabia las llevaba por dentro. El ambiente se volvió insoportable y preferí renunciar.Por eso en la IPS donde trabajo actualmente nadie sabe de mi preferencia sexual, no voy a lugares gay por miedo de encontrarme con algún paciente o compañero de la clínica, a las reuniones que hacen de integración voy con una amiga, y a mi pareja le he pedido que en lo posible no vaya a mi oficina para no despertar sospechas. Es la única manera de no ser vulnerado. En Bogotá todavía hay mucha homofobia, a pesar de que esta sea la gran capital y se hagan marchas y campañas”.

También el lenguaje es instrumento fundamental de discriminación en los espacios laborales. Las palabras o conceptos para nombrar al otro en muchas ocasiones se usan con un sentido denigratorio, enmarcado en ideas erróneas y prejuicios sociales y sexuales. Así lo percibe el 75% de la población LGBT encuestada. Reconoce el uso de un lenguaje hostil y humillante por parte de sus jefes y compañeros. Llama la atención que sea en Bogotá donde más personas reconocen el uso de este lenguaje hostil.

Lo curioso es que muchos gays y lesbianas perciben dichos comentarios como algo natural y no como una actitud discriminatoria, lo que conduce a que en ocasiones terminen legitimando dichas prácticas, e incluso reproduciéndolas para evitar que se les asocie con dicha población.


Roles sociales estereotipados

Prevalece en los espacios laborales el prejuicio que asocia a la población LGBT con enfermedades y perversión, se sigue creyendo que su comportamiento sexual es social y moralmente inaceptable. Al respecto un gerente de una EPS de Cartagena declaró lo siguiente:

“En mi empresa no hay problema con los gay, siempre y cuando se comporten bien en el trabajo. Yo trato de ubicarlos en puestos en los que no tengan mucho contacto con los usuarios. Con la psicóloga evitamos contratar personas amaneradas para evitar la burla pública y la mala imagen de la empresa”.

Muchos hombres gays entrevistados, particularmente jóvenes, consideran que tienen una presencia específica en ciertos roles laborales, es decir, que la orientación sexual posibilita una segmentación laboral y de mercado. En algunas empresas, especialmente las del sector servicios, organización de eventos, almacenes de moda y calls centers, se tiene la creencia de que los gay (siempre y cuando sean masculinos, para mantener aquello de la imagen corporativa) tienen buen gusto y son “cachezudos”.

Asimismo, es común la construcción prejuiciosa que asocia a las personas gays y lesbianas con ciertas aptitudes y actitudes, gustos y prácticas. Se cree, por ejemplo, que los gays son buenos para organizar fiestas, decorar oficinas, y que tienen buen gusto y capacidad de consumo; pero también que son chismosos y vanidosos. Estos prejuicios en muchos casos llevan a potenciar el estigma y a cosificar a la persona. “Cuando me asumí públicamente como gay me tocó someterme a muchas presiones sutiles: comentarios, chistes, en fin. La gente se refiere a uno con frasees como: mira, te presento al compañero gay del que te hablé”, comentó uno de los entrevistados.

De otro lado, los bajos niveles educativos de las personas LGBT (debido a que la Escuela también es un lugar excluyente), sumado al hecho de que muchas de ellas a temprana edad son expulsados de la protección de sus familias, lleva a que sólo encuentran empleo en el rebusque y la prostitución.

Las lesbianas siguen siendo más invisibilizadas laboralmente que los gay. A ellas se les asocia, cuando trabajan en el sector informal, con la venta de productos, y a nivel profesional con la ingeniería o carreras afines. Pero persiste mayor estereotipación en el caso de los transexuales (travestis), a quienes la sociedad sigue ubicando en espacios vinculados a la prostitución y a las peluquerías.

De la misma manera, muchos jóvenes consideran que ser gay es tener una posibilidad para acceder a algunos cargos y oficios, y ven con naturalidad que se les exija ciertos comportamientos masculinos o se les “acomode” a ciertas formas de vestir. El siguiente relato, de un joven gay del Barrio Santa Cruz, de Medellín (estrato socioeconómico 2), da cuenta de ello:


“Yo estuve trabajando como asesor comercial en Prever, donde aunque hay muchas mujeres los asesores líderes son los hombres, y más que todo los gays. A la empresa le interesa una persona que se desempeñe bien, con buena presentación y sepa dirigirse a los clientes. Entonces prefieren tener un gay porque somos más versátiles, tenemos buen gusto y una mejor forma de llegar a la gente, y somos más educados”.

Hostilidad laboral y acoso sexual

Las violaciones a los derechos laborales de las mujeres en lugares de trabajo, no se establecen sólo con la inequidad salarial o la derivación hacia ciertos oficios, sino también mediante una serie de violencias explicitas o soterradas, como la desvalorización de las actividades que realizan y el acoso sexual.

Es común escuchar a lesbianas contar que cuando en la empresa se dieron cuenta de su orientación sexual empezaron las dificultades; les comenzaron a descargar más responsabilidades, a exigir el logro de más metas en comparación a sus otras compañeras de trabajo, a sufrir aislamiento, insinuaciones sexuales y a sentir miradas de señalamiento. Por eso asumen comportamientos femeninos para no levantar sospechas y/o señalamientos.

Acciones como descargar sobre las personas gays o lesbianas más responsabilidades y horas de las estipuladas en la jornada laboral, o se les solicite no tomar vacaciones o apoyar el reemplazo de otro trabajador, generalmente están sustentadas en un imaginario que considera que las personas de esta condición, al no tener una familia tradicional (pareja estable o hijos) no requieren de tiempo “libre” para compartir en sus hogares. Sobre ese supuesto se determinan favores y presiones sutiles frente a las cuales casi siempre estas personas no se pueden negar. Este es un caso recogido en Medellín:


“Soy lesbiana y a mi jefe no se lo he confirmado, pero yo sé que él lo sospecha. Soy la administradora de su negocio y como tal su persona de confianza, por eso, y porque él sabe que yo no tengo familia, me pide que lo apoye en muchos asuntos de la oficina hasta altas horas de la noche o fines de semana. Él me llama y yo siempre debo estar dispuesta. A mí eso me genera estrés, pero prefiero eso a que se me estén discriminando en otro trabajo con burlas o irrespetos. En diciembre yo no saco vacaciones para que él pueda estar con su familia, yo lo que hago es que busco un fin de semana para pasar con mi novia y con mi madre”.

Muchos de los gays y lesbianas entrevistadas coinciden en decir que para lograr estabilidad en su trabajo y alcanzar condiciones de igualdad con los demás trabajadores, deben ser sobresalientes, tener disponibilidad y mucha voluntad de servicio. Esto los conduce a interiorizar la auto presión y disciplina, lo que les genera estrés, ansiedad y poca tolerancia a la frustración. Este es el testimonio de un hombre gay de Bogotá, gerente de una empresa:

“Para llegar hacer lo que soy en mi profesión, y ser tan respetado como cualquier persona que no sea gay, he tenido que demostrar que soy inteligente, organizado y disciplinado. Generalmente soy el que primero que llega a la oficina y estoy dispuesto a responder a las exigencias que la empresa me haga. Por mi condición gay no puedo darme el lujo de relajarme como lo hacen los otros”.

El estudio de percepciones da cuenta de que entre el 69% y 82% de la población LGBT siente la necesidad de auto presionarse como manera de destacarse en sus lugares de trabajo y poder ser respetado o reconocido como trabajador eficiente y no como “la lesbiana, el gay o la marica”. Este precepto dominante no sólo los excluye sino que les obliga a renunciar a sus derechos, porque de igual manera se sienten abyectos y prefieren evitar la humillación manteniéndose en el borde.

El acoso sexual es más común de lo imaginado, y suele ser justificado como una práctica correctiva para las mujeres lesbianas, con el agravante de que de ello no existe documentación y registro. Así lo expresa una activista lesbiana de Bogotá:


“El temor a hacer visible la orientación sexual se debe a que, además del acoso laboral, pueda haber acoso sexual, ligado con una práctica que ocurre y es la violación correctiva, o sea eso de que si eres lesbiana lo que necesitas es un buen macho que te enseñe cómo es que se disfruta de la vida… Eso produce un miedo muy fuerte entre las mujeres lesbianas”.

Imposibilidades de ascenso y movilidad laboral

Los roles estereotipados y las ideas preconcebidas conducen a que a que las personas LGBT, a pesar de su experiencia y buen desempeño, se les niegue la posibilidad de ascender a ciertos cargos o roles. Sus jefes consideran que éstos deben ser asumidos por personas heterosexuales, para que puedan tener aceptación social y el respeto de los subalternos. Testimonio al respecto de un hombre gay de Bogotá, edad 40 años:

Yo soy abiertamente gay, un profesional con más de diez años de experiencia en bienes raíces. Mi jefe constantemente me solicita asesorías y valora significativamente mi desempeño en la empresa, sin embargo hace un año el jefe de área renunció y la persona más idónea para el cargo, lo decía todo el mundo, era yo, pero también me decían que por ser gay quién sabe si sería elegido. Efectivamente en la empresa prefirieron traer a alguien de afuera, sin experiencia, pero heterosexual. Lo tenaz es que fui yo quien le hizo la inducción y lo asesora en decisiones trascendentales. Eso para mí fue muy desmotivante y pensé en renunciar, pero no lo hice porque aquí al menos tengo un trabajo estable y a pesar de los chistes y burlas, que no faltan, se me respeta como persona”.

Eliminación en el proceso de selección

Son las personas transgeneristas y las lesbianas quienes con más frecuencia enfrentan procesos de exclusión al momento de la selección para un empleo. Entre un 40 % y 65 % de los gays, lesbianas y trans entrevistados reconocen haberse sentido excluido, o conocen casos de amigos y amigas que desde la entrevista de trabajo fueron excluidos por su expresión de género. Este es un testimonio de una mujer lesbiana de Medellín:

“Soy una mujer profesional. Para poder conseguir un empleo, en todas las entrevistas tengo que invisibilizar a mi novia, ponerle un nombre masculino porque qué va a pensar el jefe o la sicóloga cuando te pregunta eres casada, y uno como que sí, como que no. Eso es muy tenaz, muy doloroso para una”.

Las mujeres entrevistadas afirman que el tema de exclusión está asociado no sólo a concepciones homofóbicas sino también a estereotipos de género asentados y engendrados en la sociedad, donde las mujeres tienen que ser y comportarse femeninamente. Quien se salga de ese marco, sencillamente no es contratada o no pasa el proceso de selección.

En los espacios laborales el maquillaje y el vestuario estandarizado por la moda como femenino (jean ajustado, falda, zapatos de tacón, cabello largo) operan como una norma social que prima sobre las actitudes y capacidades de las mujeres en oficios históricamente asociados a ellas: secretaria, recepcionistas, atención al público. Las mujeres expresan que en las entrevistas de trabajo es lo primero que se mira, y si no se ajustan a esos patrones son excluidas con cualquier pretexto, incluyendo afirmaciones como “mala presentación”.

En Colombia es muy marcada la segmentación de oficios para las mujeres masculinizadas en espacios como la vigilancia privada, recolectoras de basura u oficios más asociados con la carga y transporte. Este es el testimonio de una mujer lesbiana de Cartagena:

“Yo estuve postulada para trabajar en Transcaribe y conmigo había otras 5 mujeres, algo masculinas, sin maquillaje y de contextura gruesa, así como la mía. Fue muy particular porque a nosotras nos dijeron que aplicáramos para trabajos en campo, para ponernos a sostener las paletas, para indicar el flujo vehicular. En mi caso ni siquiera miraron que yo tenía formación profesional, pues eso ahí no interesaba. Obviamente me sentí excluida y nada… En este momento estoy desempleada y sé que para un próximo trabajo tengo que ir como toda una “gallinita” para que al menos se fijen en mi hoja de vida”.

Son los hombres gays de estratos pobres y las mujeres lesbianas masculinas, quienes de forma significativa reconocen que su única salida laboral es generar sus propios empleos, o vincularse a actividades de la economía informal. Un caso que lo ejemplifica es el siguiente, de una mujer lesbiana de Medellín:

“Mi novia es una mujer masculina, preparada, es contadora y ahora le toca trabajar como independiente. Ella trató de buscar empleo en una empresa, pero su misma condición no le da. Ella no se acomoda a la ropa femenina, mandaba una hoja de vida y ya desde la foto se veía masculina, porque es robusta, de facciones muy bruscas, se coge el cabello atrás con un moño, nada de maquillaje. Y cuando la llamaban a una entrevista venía el complique, porque para ponerse una blusita de mujer hay que colocarse sostén, y ella no se halla con el sostén, no es capaz de ponérselo. Fuera de eso que los pantalones de mujer vienen con una horma, que a ella no le da, no le aprietan a la cintura, o le quedan estrechos en las piernas, y el zapato de cuero para ella es muy complicado. Hay personalidades que no dan para ser de otra manera, hay mujeres demasiado masculinas y hombres demasiado femeninos que no son capaces de ocultarlo”.

Para los transgeneristas el drama es mayor

Las mujeres y hombres transgeneristas (travestidos) son mucho más vulnerables en lo laboral, porque su condición de género marca unas claridades que no son subsanables con el autocontrol o la censura; sumado a que la gran mayoría no cuenta con el apoyo de sus familiares ni ha accedido a una educación que les permita ejercer un rol profesional.

Para poder acceder a unas mejores posibilidades de vida, educación, empleo, entre otros derechos, muchas personas trans aplazan su construcción de género, lo ocultan y para ello viven como hombres que pasan ante la sociedad como gay, una estrategia que les permite acceder a la educación y a un trabajo profesional.

A los hombres trans, por ejemplo, se les exige libreta militar para acceder a cualquier empleo, con las implicaciones que trae para un hombre de esta condición explicar que antes de construirse como hombre había nacido en un cuerpo de mujer. Lo mismo sucede con las mujeres trans.

De ahí que existan requerimientos específicos para la vinculación laboral de mujeres y hombres trans; y es una de las principales razones para que estas personas terminen trabajando en la economía informal de subsistencia, o en los escenarios laborales históricamente asignados a ellos, como peluquerías y la prostitución, en el caso de los trans femeninos, o en talleres de mecánica o ventas informales, en el caso de los trans masculinos.

La calle se ha convertido en uno de los pocos espacios donde las mujeres y hombres trans pueden autoreconocerse y vivir su identidad de género, “aferrados” al oficio de la prostitución como salida laboral; oficio en el que no a todas estas personas les va bien, unas son más vulnerables y vulneradas que a otras. Así lo atestigua una activista trans entrevistada en Bogotá:

“Si eres una chica bonita eso te garantiza algunos derechos. Hay amigas que me dicen que llegan a cobrar 200 mil a un solo cliente, y eso es mucho más de lo que yo gano donde estoy ahora. Porque si eres fea y no le agradas a nadie, te vas a morir de hambre, o tus ingresos no serán tan buenos. Como nadie les arrienda un apartamento, o si consigues uno te lo cobran doble y por adelantado, entonces toca vivir en hacinamiento y la plata nunca alcanza para salir de la pobreza”.

Es común encontrar que las pocas mujeres y hombres trans que han logrado estudiar y tener cargos profesionales, es resultado de haber aplazado su tránsito al género deseado hasta el momento en que sienten que han logrado ganar reconocimiento y credibilidad. Al respecto, una activista LGBT contó la siguiente historia, que resulta bastante elocuente:

“Conocí una chica transexual que empezó trabajando como hombre ingeniero de sistemas. Como tenía clarísimo que eso le traería complicaciones en el trabajo, diseñó una estrategia. A ella, o mejor a él porque su presentación y vestuario era de hombre, le encomendaron la elaboración de software para la compañía. Buscó la manera de quedarse con ciertas claves sin las cuales el proceso no se podía completar. El día que entregó el producto llegó al trabajo, ¡oh sorpresa!, vestida de mujer, lo que escandalizó a todo el mundo. Les dijo a los jefes que realmente ella era una mujer en cuerpo de hombre, y que había decidido asumir su real identidad. Eso generó una fuerte resistencia, pero ella les dijo que debían juzgarla por la excelencia de su trabajo, y que la terminación de todo el proceso requería de unas claves que sólo ella tenía, por lo que pidió la renovación de su contrato. Gracias a esa estrategia pudo conservar su empleo. Además iba a empezar a hormonizarse y a practicarse cirugías para eliminar sus rasgos masculinos, y por ende necesitaba vinculación laboral para poder costear ese tratamiento”.

Muchas mujeres trans han encontrado una posibilidad de camuflaje de la identidad sexual al vivir como hombres “afeminados” y así poder estudiar y trabajar. Además han encontrado ciertos oficios o profesiones diferentes a la peluquería y prostitución para no ser excluidos y no sentirse discriminados, como la danza, el baile y el teatro, espacios amigables a la diversidad sexual. En estos oficios es posible para las personas trans desplegar roles femeninos, puesto que históricamente son oficios estereotipados como propios para gays.

Tatiana Piñeros de 34 años, es en Colombia la primera mujer públicamente declarada trans que asume un cargo directivo en una empresa. En una entrevista realizada por la periodista Salud Hernández (febrero de 2012) comentó que en la agencia de publicidad donde trabajaba solo se asumió como Tatiana cuando sintió que ya tenía un reconocimiento profesional. Al respecto comentó:


“… presenté un informe de gestión y me dicen que estaba excelente, solo caen elogios. Cuando a los ocho días les digo, bueno, ustedes ya conocen mi parte profesional, laboral y como persona, y les confesé que era transexual. Siempre me he sentido mujer, voy a seguir siendo la misma empleada que ustedes vieron ocho días atrás con excelentes clasificaciones, sólo que con un aditamento: estoy feliz. Y feliz voy a hacer mucho mejor mi trabajo porque ya no tengo que estar ocultándome, actuando. Eso lo entendieron todos. Es mostrar que la diversidad existe y por eso es tan importante que en los distritos, en los colegios, se hable de diversidad y que vean que cuando se presenta no es algo venido de Satán”.

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