Entrevista imaginaria escrita por Jorge Montero y publicada en Prensa Rural. La voz del “hombre que se educó en las selvas” es un llamado perenne a no dejar sola a la madre tierra y a librar una batalla justa por lo que nos pertenece. Las palabras del Quintín Lame nos hablan al corazón, escuchémoslo.

 

J.M. Primero que todo, buenas tardes.
Q.L. Buenas tardes. ¿Qué lo trae por aquí?
J.M. Bueno, resulta que en un lugar de Colombia han querido reunirse para conmemorar su vida y su obra. Por este motivo he venido a buscarlo para que nos regale algunas orientaciones para nuestra vida presente y venidera.
Q.L. Eso está bien, pero ojalá no se quede eso en mero recuerdo y en la práctica nadie se comprometa con los hermanos menos protegidos.
J.M. Qué bueno se vive aquí. Es un ambiente acogedor.
Q.L. Así es, pero me gustaría más estar ayudando a mis hermanos allá arriba.
J.M. ¿Cómo así que allá arriba?
Q.L. Así es, pues estamos en el interior de nuestra madre tierra. Este es el verdadero cielo, venir nuevamente al lugar de donde salimos. El gran desastre de los hombres blancos ha sido creer que la tierra es sólo una niñera, que tiene que soportarles todas sus pataletas y luego pueden irse en “paz” a la vida eterna”; sólo ven a la madre tierra como una despensa, como un lugar de paso, que no siente, que es inerte.
J.M. ¿Y usted siempre entendió eso?
Q.L. Oh no. Eso fue un proceso. Aunque nací en una familia indígena paez tuve que hacer un largo camino para entender el idioma de la madre tierra. Ella habla con signos de amor, con miradas arrulladoras, pero casi nadie le pone atención.
J.M. Ya veo, pero cuéntenos algunos hechos que lo hicieron entender a la Pachamama.
Q.L. Verá, yo nací en un terreno que pertenecía a una gran hacienda que se llamaba “Polindara”, cerca de Popayán, el 26 de octubre de 1880. Mi padre se llamaba Mariano Lame y mi madre, Dolores Chantre. En la guerra de 1885, mi hermana Licenia, que no podía hablar, fue violada. Eso fue duro para mí, aunque en ese tiempo yo no entendí muy bien el asunto. Luego mi hermano Feliciano fue mutilado en la Guerra de los Mil Días. Ahí sí ya comprendía la maldad que puede albergar el corazón del hombre. En 1901 luché como soldado del ejército conservador contra el líder indígena panameño Victoriano Lorenzo, que fue ejecutado el 15 de mayo de 1903. Este hecho fue muy doloroso para mí, pues aunque en el campo de guerra él era mi enemigo, yo sentía en mi espíritu que su lucha era justa. Después regresé a mi tierra, me casé con Belinda León y comencé un movimiento a favor de mis hermanos indígenas. En 1910 fui elegido representante y defensor de los cabildos indígenas del Cauca. Viajé a Bogotá donde estudié las cédulas reales de los resguardos y me presenté en el Congreso. En 1914 dirigí un levantamiento indígena en el Cauca y quise que se extendiera a Huila, Tolima y Valle. Como cosa rara, me acusaron de construir una república de indígenas y fui arrestado el 9 de mayo de 1915. Permanecí un año en prisión, con grilletes en los pies e incomunicado. Pero este no fue el primero y último arresto, pues en adelante siguieron unos cuantos más. No obstante el movimiento fue creciendo. El 9 de mayo de 1917 fui detenido y permanecí cuatro años en la cárcel. ¡Oh tiempos aquellos! Fui puesto en libertad el 23 de agosto de 1921 y me integré al movimiento en el Tolima. Mi lucha por la tierra obtuvo un fruto muy importante en 1938, cuando se decretó la restitución del Gran Resguardo de Ortega y Chaparral. En diciembre de 1939 terminé de escribir algunos pensamientos que titulé: El pensamiento del indio que se educó en las selvas colombianas. Continué luchando por los derechos de mis hermanos hasta que la madre Tierra me llamó a dormir en su seno el 7 de octubre de 1967.

Texto completo en http://bit.ly/1JgZ3Yw

 

Galería

Share This