SESENTA AÑOS DE UN MAGNICIDIO

Hace sesenta años, la tarde del 9 de abril de 1948, miles de personas corrían por la calles del centro de Bogotá, gritando como enloquecidas “mataron a Gaitán, mataron a Gaitán”. El griterío llegó hasta la IX Conferencia Panamericana obligando a los Cancilleres a suspender sus deliberaciones y a ver, asombrados y temerosos, como la multitud tomaba las estaciones de policía, sacaba armamento y se dirigía hacia la sede del gobierno.

 

 

Hace sesenta años, la tarde del 9 de abril de 1948, miles de personas corrían por la calles del centro de Bogotá, gritando como enloquecidas “mataron a Gaitán, mataron a Gaitán”.

El griterío llegó hasta la IX Conferencia Panamericana obligando a los Cancilleres a suspender sus deliberaciones y a ver, asombrados y temerosos, como la multitud tomaba las estaciones de policía, sacaba armamento y se dirigía hacia la sede del gobierno.

La masa humana en movimiento era anárquica, pero se dirigía hacia los centros del poder presa de una ira inmensa, acusando a gritos a los conservadores, conocidos con el mote de “la godarria” de haber asesinado a su caudillo, Jorge Eliécer Gaitán, “el indio, el negro Gaitán”, el dirigente liberal antiimperialista, enemigo político de la oligarquía criolla y defensor de los intereses de los más débiles.

En un país de mayorías rurales estaba claro que la hegemonía de los terratenientes y los privilegios odiosos de los ricos urbanos llegarían a su fin cuando Gaitán fuera llevado a la Presidencia del país por las mayorías excluidas, como parecía inevitable.

Los campesinos, los indios, los negros, los obreros urbanos y hasta un sector del ejército veían en Gaitán el único líder capaz de transformar el estado semifeudal, regido con mano de hierro por los gamonales locales, dueños de todas las tierras y del poder político.

Gaitán como abogado era además el defensor de los obreros de las plantaciones de banano sobrevivientes de una tremenda masacre cometida por el ejército colombiano 20 años antes, para sofocar una huelga y defender -a sangre y fuego- los intereses de la multinacional norteamericana United Fruit Company.

El gobierno sindicó a la oposición del crimen, la iglesia pidió la excarcelación de los presos comunes quienes se sumaron a la turba y se dieron al saqueo. El centro de la ciudad fue arrasado, incendiado por la multitud. Muy pronto el fuego llegó a los campos.

En los llanos orientales y en el nororiente colombiano los campesinos se organizaron en guerrillas para cobrar la desaparición de su esperanza y para defenderse de los grupos paramilitares que ya existían y eran conocidos como “chulavitas”. Esa tragedia provocada dio origen a una guerra civil de grandes proporciones que se extendió hasta nuestros días. Ese el origen remoto de las FARC y de las demás guerrillas colombianas, compuestas en su mayoría por campesinos.

El magnicidio de Gaitán sigue pesando en el presente de Colombia. Se institucionalizó el crimen como recurso para eliminar opositores políticos; se agudizó la violencia en los campos del país y se enraizó la idea entre los marginados de que la oligarquía nunca iba a permitir que una persona de origen humilde y pensamiento transformador presidiera el gobierno, o que se hiciera una reforma agraria profunda.

Sesenta años después no se sabe quién ordenó el asesinato de Gaitán. El abogado e investigador Eduardo Umaña Mendoza estaba tras la pista fundada de una conspiración de la CIA, organismo que sigue negándose a desclasificar los documentos de la época referidos al crimen. Pero Eduardo también fue asesinado, en su propia oficina, el 4 de abril de 1998 por miembros de los grupos paramilitares.

Las consecuencias del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, más de medio siglo después, como la impunidad, el gamonalismo, la guerra sucia y la exclusión, siguen pesando en nuestra tierra.

COLECTIVO DE COLOMBIANOS REFUGIADOS EN ASTURIAS “Luciano Romero Molina”

 

 

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