“Ellos, siempre le tendrán miedo a la muerte, porque son enemigos de la vida”

“Ellos, siempre le tendrán miedo a la muerte, porque son enemigos de la vida”

La última vez que converse con el viejo Baldo, fue una semana antes de su muerte. Ese día, llegue temprano a su casa, lo encontré sentado al lado de la puerta; al verme se levanto con la ayuda de su bastón y me invito a entrar a la casa, al pasar por la sala, bajo un baulito que tenia encima del tinajero y de el extrajo un libro, me lo extendió y me dijo: – te tenia este regalo, es muy especial para mí – continuo diciendo. –porque me lo regaló un anciano del norte de Méjico, cuando estuve por allá. Mis tareas de geografía e historia, siempre me las ayudaba a realizar el viejo Baldo. – y quiero que tu lo conserves, pero recuerda una cosa: en los libros podrás encontrar conocimientos, pero, solamente la vida y el contacto con la Madre tierra y su hija, la naturaleza podrán darte sabiduría. Ella la tierra te puede enseñar como vivir, para que no sientas miedo de morir- . Luego de decirme esto me invito a seguir a la cocina, mi lugar preferido.

 

 

– Ayer, cuando pase por Chemena. La vieja, me dijo que esta preocupada por ti. En varias ocasiones te ha oído hablar dormido, como si tuvieras una pesadilla y en ella le dices que tienes mucho miedo que se muera y que le tienes miedo a la muerte y eso la tiene preocupada. Me dijo que hablara contigo-. Esto lo decía mientras buscaba en la troja un par de guineos y recogía la mochila donde según el, tenia guardada las historias que me contaba. Luego de alcanzarme los guineos se sentó en su banqueta y continúo diciendo: – quiero que sepas que la amistad con nuestro cuerpo, con nuestros sentidos ayuda a bien morir. Nuestros sentidos son para nosotros los indígenas, el vínculo con la naturaleza; nuestro cuerpo nos une en parentesco a la tierra: de ella venimos, en ella vivimos y a ella vamos. El haber tenido buenas relaciones con ella toda la vida nos ayuda a volver a ella con tranquilidad y naturalidad. Por eso siempre te he dicho que debes amar la tierra donde pisas y donde siembras. Y vas a ver que de esa manera le iras perdiendo la vida a la muerte-.

Después de decirme eso, extrajo una botella de chirrinche que siempre cargaba en la mochila, le quito la tusa que servia como tapa y se tomo un trago, la volvió a tapar y saco otra mochilita donde guardaba los tabacos; tomó uno y lo encendió con la ayuda de un tizón, cuando estuvo bien prendido continuo diciendo: – Algunos, de los que viven en la ciudad y tienen dinero y poder no han entendido esto, ellos creen que la tierra es solamente un objeto que se puede comercializar, que solo sirve para obtener dinero. Son enemigos de la tierra y solo piensan en saquearla. El pensar así los lleva a tener miedo y es ese miedo lo que hace que no gusten de nosotros y lo que hace también, que asesinen a sus semejantes. Por miedo se producen las guerras. Miedo a perder lo que supuestamente tienen, no sabiendo que ni siquiera la vida nos pertenece, ahora nos va a pertenecer la tierra, que es la que la produce. Ellos siempre le tendrán miedo a la muerte, porque son enemigos de la vida. Nosotros en cambio, acariciamos la tierra con nuestros pies descalzos, disfrutamos del rió y escuchamos la palabra de la naturaleza, que nos dice que a la tierra no le debe importa volver a la tierra. Porque son amigas y a nadie le da miedo ir a la casa de los amigos. Además nuestros espíritus no vuelan hacia las estrellas. Ellos se quedan en la tierra que siempre amaron-. Cuando termino de hablar el tabaco se había apagado, así que nuevamente volvió a tomar un tizón prendido para volver a encenderlo.

Pasado otro rato, después que hube sacado los guineos de la candela y mientras esperaba que se enfriaran encima del tacan. Siguió hablando: – Mira como viven los Mamos. Ellos saben que cuando nacen, apoyan un solo pie en la orilla de esta vida, y a lo largo de toda su vida, saben también que tiene el otro pies en la orilla contraria, su hogar; el hogar donde viven nuestros abuelos, nuestros ancestros. Por eso, para ellos la muerte no es más que retirar el pie que habían posado en la orilla de la vida y pisar con los dos pies la orilla de la muerte. Y lo hacen de manera natural, con toda serenidad y sin ninguna angustia. Solo se duermen en el sueño profundo, como ellos mismos dicen-. Aspiro una bocanada de humo del tabaco y siguió hablando: – y eso se debe a que ellos tienen la conciencia de estar siempre cercanos a la tierra, a la Madre. Esto les permite despedirse de la vida con familiaridad porque saben que van a donde esta la Madre y ¿a que indígena no le gusta ir a donde su mamá?-. Concluyó.

Mientras el viejo Baldo me decía todo esto. Yo miraba como se sonreía, al mirar la cara de perplejidad que yo hacia.

Cuando suponía que yo había asimilado un poco lo que él decía, continuaba hablando. — En mi recorrida por el mundo, por más de treinta años. Y después de hablar con muchos ancianos indígenas y no indígenas. Aprendí que en los pueblos indígenas de todo el mundo, no hay muertes tardías o tempranas, ni agonías lentas. Todos parecen saber cuando llega el límite de su existencia; y cuando tienen conciencia de eso, se despiden brevemente de sus familias, de su comunidad o de las personas con quienes viven sino están en su comunidad y se van. Van a morir a su tierra. Saben escuchar estas voces porque siempre han vivido en estrecho contacto con la naturaleza y todos sus sentidos están alertas. Su cuerpo, que siempre a estado cercano a ella, oye la llamada de sus abuelos, de los ancestros que les dicen que es hora de partir, la escuchan y la obedecen-. Hizo una pausa, – No necesitamos salas de espera para la otra vida- continuo diciendo, -estamos siempre preparados. Vivimos intensamente hasta el final, y cuando se siente que las fuerzas nos han abandonado o nos ha llegado el momento de partir, de despedirse de esta vida, aceptamos lo inevitable. En algunos pueblos, como entre los Esquimales, se le hace saber a la comunidad, se sientan aparte, inclinan la cabeza, y al poco tiempo dejan de existir sin más allá y sin mas acá. Y esto es posible hacerlo cuando aprendemos a sentir la vida dentro de nosotros mismos, cuando se ha conocido y sentido su palpitar, cuando se han seguido sus ritmos y vivido su energía… esa misma intimidad del cuerpo con la tierra todo el tiempo, nos informa que el cuerpo ya ha recorrido su camino y quiere descansar-. Cuando terminó de decir la ultima frase, tomo la mochila de las historias, extrajo un poco de ayo, se lo metió a la boca y me dijo: – te contare una historia, para que entiendas mejor-. Me contó la siguiente historia que había aprendido de los indígenas de Norte América y que hábilmente la adapto a una historia similar que había ocurrido en nuestro pueblo. No me dijo a que pueblo pertenecía, porque esta vez el tabaco no se lo recordó:

– Me contaba un anciano, que una vez que habían salido, un grupo de personas de su pueblo a una ceremonia. Ellos eran: un Mamo de la comunidad, su hija, un cura misionero que había llegado hacia tiempo a la región y otros indígenas del pueblo y sucedió que al regreso volvieron con la noticia que el Mamo había muerto en el viaje y el cura le narro la que paso de la siguiente manera: “durante un rato, Kunaro no dijo nada. Estaba sentado en una piedra, con las rodillas levantadas, la cabeza inclinada siguiendo con sus ojos el movimiento de chucuno que acariciaba el cuello de su poporo.

Unos metros más allá, Sikúku lo miraba en silencio. El misionero dijo a Kunaro: “te prepararemos un lecho y descansaremos aquí hasta que recuperes las fuerzas”. “No recuperaré las fuerzas”, dijo Kunaro; “no veré otra noche. Di a mi hija que venga, que quiero hablar con ella. Después, sigan su camino.

Sikúku, al verme que iba hacia donde ella estaba, se puso de pie, porque el monte le había advertido algo. Y ahora, mientras caminaba hasta donde estaba su padre, comprendió que el espíritu de la muerte esperaba en los árboles. Temblando. Pasó por delante de los árboles y llegó junto a su padre. El ya tenía la postura de los que viven en el mundo de la noche, con las piernas cruzadas, la cabeza baja, los brazos sobre el pecho y el poporo a un lado..

Lentamente, su padre volvió la cabeza y miro a Sikúku y le dijo: “Cuando llegue a este lugar, el espíritu de mi abuelo salio del monte y me tocó. Esta esperando. Cuando se marchen, me llevará a la tierra donde está la abuela y mis padres.

Cuando iban lejos, la chica se volvió a mirar. Su padre yacía solo en el claro del monte, tendido sobre un lecho de ramas. Y, mientras ella lo contemplaba, el espíritu abandonó el cuerpo. El espíritu de su padre se dirigió al bosque de la mano de su abuelo que había venido por el”. Concluyó el cura.

El año pasado tuve la oportunidad de ir a la casa por un día, recorrer el pueblo y saludar a mi gente. Sentí tristeza al mirar que ya no estaba la cocina donde conversaba con el viejo Baldo. La habían tumbado. Pero en el momento en que pasaba por frente de su casa, parecía estarlo viendo, como lo vi la última vez. Parado en la puerta y con la mano alzada, diciéndome adiós y me pareció escuchar su voz despidiéndose como siempre lo hacia: “-seguimos hablando. Mijito”-.

Hoy cuando recuerdo al “Viejo”. Pienso que es ese amor que él le tenía a la tierra, a su tierra, es lo que tiene a los indígenas de pie, defendiendo la vida y oponiéndonos a cualquier proyecto y política que atente contra la vida y contra la naturaleza. Pienso que es ese amor por la vida lo que hace y permite que nos movilicemos hoy y que lo sigamos haciendo “mientras no se apague el sol”. Como dicen los hermanos Paeces o Nasas y con ellos, lo dicen todos los indígenas del cauca, de Colombia, de América y del mundo.

Y hacemos esto, porque el corazón y la vida nos dice que otro mundo es posible, un mundo donde todos quepamos y donde el dinero y el afán de consumo no sea el que gobierne la vida. Un mundo, donde la justicia sea posible para todos y no para beneficio de unos pocos. Un mundo, donde sea posible vivir, no sobrevivir como lo estamos haciendo hoy. Un mundo, donde le heredemos a las futuras generaciones, el derecho a disfrutar de la naturaleza que aún tenemos y que unos pocos por afán de riqueza quieren destruir. Un mundo y un país donde la democracia sea una realidad y no un discurso, un pretexto y una justificación para eliminar al otro… ese mundo, es posible. De eso, estamos seguro los indígenas y por eso seguiremos caminando

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