LAS CIUDADES Y LOS PUEBLOS INVISIBLES

La primera vez que escuche de las ciudades invisibles, se lo escuche a mi abuelita, hace muchos años, recuerdo que fue una madrugada en la cual me encontraba muy placidamente durmiendo en mi chinchorrollo cuando de pronto sentí una gran sacudida.

 

 

La primera vez que escuche de las ciudades invisibles, se lo escuche a mi abuelita, hace muchos años, recuerdo que fue una madrugada en la cual me encontraba muy placidamente durmiendo en mi chinchorrollo cuando de pronto sentí una gran sacudida, lo primero que pensé era que el mundo se estaba derrumbando pero grande fue mi alivio cuando vi al lado mío a mi abuela que me decía dulcemente: – levántate, es hora que te pares a hacerle el café a tu abuelo… En la troja, encima del fogón hay un gajo de guineo maduro, puedes coger algunos y asártelos.

Todavía medio dormido me levante, el frió de la madrugada me ayudo a despertarme. Recuerdo que la madrugada estaba completamente estrellada y antes de entrar a la cocina me puse a mirar cada una de las constelaciones que podía identificar en firmamento, luego mire al horizonte y pude ver como el lucero que nosotros llamamos El Molendero, iba empezando a salir… eso me hizo acordar que en ese momento mi Papá debería de estarse levantando a moler la caña para hacer panela.

Entre a la cocina, revise el fogón para ver si debajo de la ceniza había aun brasas prendidas para no tener que usar petróleo para prenderlo ya que este se le pega a los guineos y les da mal sabor. Con gran dificultad pude encender algunas brasa que aun quedaban, con todo cuidado le puse algunos brusquitos de leña que encontré y arriba de estos le puse palos de leña gruesos, en menos de cinco minutos tenia un fuego que calentaba y alumbraba la cocina, al instante me acorde de los guineos y sin perdida de tiempo, tome tres del gajo y los puse al fuego mientras lavaba la olla de hacer café. Pasaron varios minutos y absorto en el fuego y cuidando la olla que no fuera a derramarse, mire como los guineos se iban asando y como la miel que producía al cocerlo directamente en el fuego iban apagando los tizones… este era uno de los momentos que le agradecía a mi abuela por hacerme parar temprano. Tenía el fogón solo para mí y podía asar y comer todos los guineos que quisiera.

Al cabo de un rato, cuando ya el café se estaba asentando escuche los pasos silenciosos de mi abuela, mire hacia fuera y con la ayuda de la luz de la luna pude ver su figura en medio de la oscuridad, traía sus blancos cabellos sueltos y una falda larga que hacia ver que no caminaba, sino que volaba suavemente sobre la tierra, llegó a la puerta de la cocina y me preguntó: – ya esta listo el café, yo le conteste que si y que ya debía de estar asentado.

Con la lentitud, que la caracterizaba y que había aprendido a lo largo de sus ochenta y tantos años, busco su banqueta, alcanzo la totumita donde siempre bebía café, con la ayuda de un cucharón hecho de palo y de totumo lleno su recipiente de café, saboreo su olor y luego lentamente se lo llevó a la boca y saboreo un trago y me dijo – te quedo bien sabroso. Cuando termino de tomárselo, me miro a los ojos, y en ellos pude ver la dulzura y la bondad que hacia que yo me sintiera bien a su lado, y como todas las madrugadas se dispuso a contarme sus recuerdos, sus historias, su vida.

Hace mucho tiempo, me dijo. – paso por este pueblo un señor como de sesenta años, me dijo que venía de un lugar lejos de aquí, creo que del país de Méjico era que me dijo que era de donde venia. Se quedo como dos semana en la casa y todos los días se levantaba junto con tu abuelo y yo en la madruga a hacer el café y nos contaba como eran las costumbres de su pueblo, pero lo que mas recuerdo, fue que una madrugada, mientras tomábamos café y asábamos guineos nos contó que su abuelo, un tal jacinto Canek le había dicho lo siguiente: – piensa que en los tiempos que corren, en estas tierras de América, existen ciudades que se ven y ciudades que no se ven. En las que se ven viven los blancos que mandan y los indios que obedecen. Son ciudades de guerra y de escándalo. Huye de ellas. Si entras en ellas renegaras de los tuyos, de tu nombre y vivirás con holgura la maldad. En las ciudades que no se ven, pero que existen, nadie sabe donde, viven los que fueron y los hombres que han merecido licencia para franquear sus puertas, por que han sido hombres que escuchan la voz dulce de su corazón y que son capaces de reconocer a su prójimo y saber que son sus hermanos, así sean de piel o costumbres diferentes y sus puertas estarán siempre abiertas para aquellas personas que escuchan la voz de la hoja de coca y del tabaco, hombres que siguen los consejos del poporo y mujeres que tejen su mochila con el corazón… personas de otras costumbres que tejen la vida con hilos de esperanza y alegría, que enseñan a otros el camino de la dignidad y de la vida, persona que siguen y luchan por sus sueños, personas que son capaces de luchar por la justicia y la verdad, en fin hombres y mujeres que luchan por un mundo mejor donde todos seamos importantes…

Ya casi estaba saliendo el sol cuando mi abuela termino de hablar, el tiempo se había ido y yo no me daba cuenta. El abuelo llego como siempre, tomo su desayuno, lo metió a la mochila, me sonrió antes de salir y se despidió. Lo mire partir con sus lentos pasos, que siempre me hicieron pensar que mi abuelo era un señor sin prisa, que no le importaba llegar a determinada hora, solo sabia que debía de llegar sin importar cuando.

Para mi es un placer, recordar siempre las historias de mis abuelos. En ellas he encontrado la sabiduría necesaria para distinguir el camino que debo recorrer y a ellos y a una querida amiga le agradezco el haber descubierto el camino de Kankuamia, la ciudad espiritual donde vuelvo a aprender la sabiduría de los ancianos, del rió del viento, de las piedras y de toda la naturaleza… Kankuamia, ciudad del pensamiento antiguo… del volver a pensar y sentir la vida y la vida del otro del que es diferente a mi…

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