“Cortarle las alas a la impunidad” – Testimonio de vida de Josué Giraldo Cardona

“Cortarle las alas a la impunidad” – Testimonio de vida de Josué Giraldo Cardona

Josué Giraldo Cardona fue ejecutado extrajudicialmente por el Estado Colombiano a través de las manos sicariales del paramilitarismo el 13 de octubre de 1996, en la ciudad de Villavicencio, Meta, en presencia de sus dos pequeñas hijas de tres y cinco años de edad. Esta muerte nos permite decir, con el poema de Neruda que nos sirve de epígrafe, que su sangre, que fue “en medio de la patria vertida, frente al palacio… “, fue también uno de los tantos crímenes anunciados que la comunidad internacional quiso evitar reclamándole al Estado colombiano protección específica para los miembros del Comité Cívico de Derechos Humanos del Meta, del cual Josué era su presidente.

 

 

La muerte de Josué es una corroboración más del terrorismo de Estado que sigue imperando en Colombia, ahora con la actividad exacerbada y creciente del paramilitarismo. El Colectivo de Abogados “José Alvear Restrepo” publica el testimonio de vida de Josué Giraldo Cardona, no sólo como un homenaje a su memoria, sino esperando que las múltiples denuncias que Josué realizó nos permitan, como él dice: “quitarle alas a la impunidad para que vuele la vida”. Luego de leer su testimonio ustedes y conozcan quiénes han sido los autores intelectuales y materiales de este crimen, pretendemos que se sumen a la Red Internacional contra la Impunidad que promueve la Coordinación Belga-Colombia2. Es nuestro propósito contribuir a lograr que, por lo menos, en el asesinato de Josué se haga justicia. Debemos lograrlo para que su sacrificio no sea estéril. Si obtenemos que los verdugos de Josué sean detenidos, procesados y condenados, se desvertebrará una de las estructuras más grandes del paramilitarismo y se resquebrajará una de las bases principales sobre las que actúa el terrorismo de Estado en Colombia. Además de las personas que no menciona Josué exigimos que responda de su asesinato el general Rodolfo Herrera Luna, comandante de la Séptima Brigada, quien en discurso público el 5 de septiembre de 1996 en el municipio de Mesetas, departamento del Meta, tildó a los defensores de los derechos humanos como mensajeros de la guerrilla. Discurso de la estrategia de la guerra sucia promovido por el propio Jefe de Estado, Ernesto Samper Pizano, cuando dijo, exactamente un año antes del asesinato de Josué, en octubre de 1995: “Como Presidente y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas prefiero a los militares enfrentados a la subversión en las montañas y no en los juzgados del país contestando requerimientos infundados presentados por sus enemigos”. Entendimos entonces que los defensores de derechos humanos quedarían más expósitos que nunca al accionar criminal de los que en Colombia han promovido el terrorismo de Estado. Que responda también de la muerte de Josué el Comandante de la IV División del Ejército, el Comandante de la Policía Meta y el Director Seccional del Das -Departamento Administrativo de Seguridad-, porque todos ellos conocían los planes denunciados por el propio Josué para atentar contra su vida. Que respondan al menos por la ostensible omisión en sus funciones que facilitaron su muerte.

Josué se había convertido, como él mismo lo dice en su testimonio, en un miembro más de la familia universal dedicada a la defensa de los derechos humanos. Su muerte no afecta solamente a los colombianos. Con esta ejecución el Estado ha ofendido y resentido a la comunidad internacional que defiende la dignidad humana en todos los rincones del planeta.

Josué intervino en el Parlamento Europeo, en febrero de 1996, para denunciar la estructuración y accionar del paramilitarismo en Colombia. Esta Cámara multiestatal condenó, en resolución común del 23 de octubre de 1996, su asesinato. Josué igualmente participó en el 51 y 52 períodos de sesiones de la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas en Ginebra, Suiza, reclamando con las ONGs colombianas e internacionales que se tomaran las medidas adecuadas por la comunidad internacional para ayudar a superar la grave crisis humanitaria en Colombia.

El testimonio de Josué contempla todas las etapas de su vida. Su memoria fotográfica le permitía recrear paisajes y momentos con una fidelidad tal a sus recuerdos que parecía que los hubiese vivido el día anterior. Recorriendo con él su vida se comprende gran parte de la Colombia de hoy : violencia política, narcotráfico y terrorismo de Estado. Josué fue un testigo de excepción, y finalmente también víctima del genocidio decretado contra la Unión Patriótica. Su compromiso político, su condición de funcionario público durante varios años, primero como Juez de Ejecuciones Fiscales y luego como Gerente de la Empresa de Licores del Meta, más su labor como defensor de los Derechos Humanos y su calidad de abogado, le permitieron comprender todos los entramados del terror y de la impunidad en el Departamento del Meta. Muchas de sus denuncias obran en expedientes judiciales que ya han sido archivados, otras se encuentran abiertas, y otras no han sido judicializadas.

Josué no se enfrentó a la muerte con resignación; por el contrario, la enfrentó convencido de que él no podía ceder, porque ello sería “más terrible que la muerte misma”. Se enfrentó a la posibilidad de su martirio porque amaba la vida demasiado, y entendía que para afirmarla había que ir hasta el fin si fuese necesario. Su testimonio es premonitorio, y pese a lo doloroso de muchos momentos de su relato, también resulta esperanzador. Su muerte no puede conducirnos al escepticismo; por el contrario, tenemos que alentar la vida y multiplicar nuestros esfuerzos para que personas como Josué no sigan muriendo.

¿Por qué mataron a Josué? A Josué lo mataron por ser un hombre probo, por ser un hombre digno, por ser un hombre incorruptible, por ser un militante político de un partido sometido al exterminio y, más allá, por ser un decidido militante de la vida y defensor a ultranza de los más caros valores de la existencia humana. Quienes lean su testimonio comprenderán en toda su dimensión que hemos perdido no sólo a uno de los mejores hijos de Colombia, sino que toda la familia humana ha perdido a uno de sus miembros más íntegros; a uno de esos seres imprescindibles, como califica Brecht en su poema a los que luchan toda la vida contribuyendo a evitar la degradación de la humanidad. Perdimos a un hombre que por su coraje, su compromiso y su inteligencia allende las fronteras, tenía mucho que decirle al mundo; el espíritu de Josué era universal aunque estuviese reducido a una provincia de terror.
Uno debe dolerse del crimen que se cometa contra cualquiera en cualquier lugar del universo. La vida humana tiene que ser inviolable. Uno debe dolerse doblemente si el crimen tiene un móvil político y es el Estado quien lo comete. Y si la víctima es un defensor de los derechos humanos, uno tiene que resentirse desde las fibras más íntimas de su ser.

Cuando comencé la transcripción de la entrevista de Josué pensaba que todo lo que él denunciaba podía constituirse en un factor adicional de riesgo para que se le privara de la vida; quería volver a discutir con él algunos detalles antes de su publicación. Ahora las precauciones no tienen sentido, el lector de su testimonio debe conocer quiénes son sus asesinos.

Entrevisté a Josué en los últimos días de marzo de 1996, en Ginebra. Nos encontramos en el apartamento de un amigo común. Josué había salido del Meta por espacio de dos meses acorralado por las amenazas de muerte y planes para acabar con su vida. Pasó por España en un recorrido de denuncias, y llegó a la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas para participar, como un año atrás, en nuestro trabajo de cabildeo para lograr que la comunidad internacional tomara las medidas que correspondan para ayudarnos a superar la grave crisis humanitaria que padece Colombia.

Conversamos muchas horas. Cuando podíamos sustraernos del Palacio de Naciones Unidas, caminábamos por las orillas del lago Lemán para buscar un poco de tranquilidad y de inspiración en las aguas quietas y con el vuelo reposado de las gaviotas que siempre invitan a la libertad. Nos llegó una primavera de días soleados, que con el hermoso fondo blanco de los Alpes nevados nos permitía gozar de los dones maravillosos de la naturaleza. Aprendí con Josué, ciertamente, que quien es sensible frente a la vida humana lo suele ser también frente a las cosas más sutiles de un paisaje: una mariposa de colores, un botón de tulipán o de rosa que florece, un ruiseñor que canta, un rostro que sonríe, una pelota que rueda, un niño que corre; son hechos suficientes para recordarnos las gracias de la vida. Tuvimos también tardes de arco iris y largos instantes de silencio en que nos poníamos de acuerdo para dejar que la naturaleza nos hablara. Así se fue construyendo el testimonio de Josué. El último día de camino al aeropuerto, y antes de que despegara su avión, seguía grabando su voz, seguía recogiendo parte de su intensa vida. Lo vimos marchar detrás de la puerta de migración, luego de un abrazo que, aunque yo intuía que podía ser el último, nos negábamos a aceptar la posibilidad de su muerte como un sino inexorable que no queríamos racionalizar, sin otros fundamentos que nuestro incontenible afán de vivir y de querer que los otros vivan. En sus manos llevaba un gran libro de Mandela, tanto por su contenido como por su tamaño, en el que se había sumergido cada noche antes de dormir. Quería aprovechar el vuelo transatlántico para leer muchas páginas e impregnarse de la inmortalidad del líder negro; así contribuiría a fortalecer su espíritu para vencer todos los tipos de ‘apartheid’ que subsisten en Colombia.

Para sus hijas, su esposa y todos los integrantes del Comité Cívico de Derechos Humanos del Meta está dedicado especialmente la publicación de este documento.

Luis Guillermo Pérez Casas.

Descargue aquí el libro completo

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