APUNTES SOBRE LA “HONROSA” LABOR DE LAS FUERZAS MILITARES EN EL CAMPO COLOMBIANO

A diario es posible sentir orgullo patrio por los significativos
resultados de nuestra bien amada y querida Fuerza Pública. ¿Cómo no
sentirlo si a diario dan de baja guerrilleros, capturan a los jefes de
finanzas de las FARC y frustran atentados?

 

 

A diario es posible sentir orgullo patrio por los significativos
resultados de nuestra bien amada y querida Fuerza Pública. ¿Cómo no
sentirlo si a diario dan de baja guerrilleros, capturan a los jefes de
finanzas de las FARC y frustran atentados? Para no sentir ese orgullo
patrio, habría que ser un colombiano que no valora el esfuerzo de
nuestros militares, o un colombiano mejor informado, por lo menos con
información proveniente de otras fuentes distintas a las
institucionales, porque RCN y Caracol, aunque privadas, son
institucionales en cuanto a su labor del mantenimiento del “orden
institucional”.

Y es que lo que ellas no cuentan, y que si cuentan los campesinos del
Magdalena Medio, son los detalles de cómo funciona la “seguridad
democrática” en el campo colombiano. Allá, dónde rara vez hay una
cámara que filme la infamia, los militares fácilmente matan campesinos
y luego los visten de camuflado, les ponen un fusil al lado y luego de
trasladarlos en helicóptero hasta el batallón de Puerto Berrío o
Barrancabermeja, según sea el caso, llaman a los periodistas y
presentan el resultado de sus operaciones de contrainsurgencia: “un
guerrillero dado de baja”.

Lo que no cuentan es que el supuesto guerrillero estaba en su casa o
en su parcela trabajando, y que la única arma que lo acompañaba era un
machete. Nombremos, sólo por hacer mención de los dos casos más
conocidos, al campesino Luis Sigifredo Castaño, integrante de la junta
de acción comunal de su vereda y miembro de Cahucopana, asesinado
frente de su familia por integrantes del Batallón Calibío el 7 de
agosto de 2005 y luego presentado como un guerrillero dado de baja en
combate; y al líder minero Alejandro Uribe, miembro de
Federagromisbol, asesinado el 19 de septiembre de 2006 en la vereda
Las Culebras del municipio de Arenal, Bolívar, por el Batallón
Antiaéreo Nueva Granada y también presentado como guerrillero muerto
en combate.

Montaña adentro, allá donde no llegan los periodistas que se ganan el
premio Simón Bolívar con sus crónicas, los militares ocultan sus
nombres e insignias para no ser identificados, cambian sus brazaletes
por unos que digan AUC o BCB, se acantonan en caseríos para
resguardarse de un posible ataque de la insurgencia, y capturan
campesinos tras el señalamiento de un encapuchado que dice que tal o
cual es guerrillero. Encapuchado que bien podría ser un reinsertado
arrepentido o un militar corrupto, que utiliza esta técnica para
mostrar resultados y para apropiarse del dinero de las recompensas que
con nuestros impuestos pagamos los colombianos para el mantenimiento
de nuestra honorable institucionalidad.

Y es que el Magdalena Medio está plagado (¡porque parecen una plaga!)
de esos maravillosos reinsertados arrepentidos que decidieron dejar de
empuñar un fusil y trabajar por la patria. Para recordar sólo algunos
de estos insignes caballeros nombremos a alias Puntiao, El Mocho,
Gallo Parao, Pata de Palo, Bombillo o Tamara, quienes hacen las veces
de guías del ejército en la zona y les indican cuáles guerrilleros
habrán de ser capturados y presentados como parte de los buenos
resultados de los garantes de nuestra seguridad.

Lo que no dicen es que esos reinsertados en muchas ocasiones no
pertenecían a ningún grupo insurgente, eran sencillamente raspachines,
arrieros o jornaleros que se hastiaron de generar su sustento con su
trabajo, y optaron por hacerse pasar por arrepentidos guerrilleros,
injuriar a sus paisanos y obtener así una paga mensual. Claro, como la
información que poseen sobre la insurgencia muchas veces no es
suficiente, no les queda otra alternativa que aprovechar la ocasión
para ajustar antiguas cuentas con sus vecinos: si alguno en el pasado
sostuvo una desavenencia con el ahora reinsertado, será el más
opcionado para ser señalado como el insurgente que una vez capturado
abonará la buena labor del Ejército Nacional.

Es allá, en el campo colombiano, lejos de donde se elaboran las
estrategias de mantenimiento de la “popularidad” del presidente y
nuestra honrosa Fuerza Pública, donde se puede conocer en detalle cómo
es que se van creando las buenos resultados de la “lucha contra el
terrorismo” y la “seguridad democrática”, resultados que periódica y
orgullosamente nos presenta Pachito Santos a través de los medios de
comunicación nacionales.

Pero lo que no dice Pachito en esos informes, y que no va a decir, es
que los campesinos no quieren al Ejército Nacional, que para ellos la
presencia del ejército es más un motivo de desplazamiento forzoso que
una forma de protección ante los “terroristas”, que el paso de un
helicóptero o un avión de las Fuerzas Militares es una verdadera razón
para sentir terror, pues la evocación de un no lejano ametrallamiento
indiscriminado hará resurgir ese sentimiento, que el primer
ofrecimiento que le hace un militar a un campesino es que se
reinserte, pues es eso o convertirse en guerrillero después de muerto…

En conclusión, lo que ni Pachito, ni el resto de los que “trabajan” en
Palacio, ni los periodistas de la oficialidad, pueden decir por
“razones de estado”, es que en el campo colombiano (y en las ciudades
también) los terroristas son los militares.

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