“Aunque los golpes sean muy duros, nada duele más que la indiferencia”.

“Aunque los golpes sean muy duros, nada duele más que la indiferencia”.

En el día mundial de los derechos humanos cabe recordar a los pueblos que sufren atrocidades cometidas por sus congéneres, tragedias provocadas tras las cuales hay intereses que por nuestra indiferencia logran “irse de rositas”. El sufrimiento del pueblo palestino cuyo territorio es invadido y bloqueado con impunidad por Israel bajo la complicidad internacional. El destierro sin fin de los saharauis, atacados en sus refugios para que renuncien a constituir un estado soberano y se conviertan en vasallos de una monarquía decadente y chantajista.

 

 

El largo camino del horror por el que las potencias y el fanatismo conducen a los pueblos de Iraq e Afganistán. La tragedia del pueblo haitiano antes saqueado por los franceses, ahora ocupado por los gringos y castigados por la naturaleza, diezmados por pandemias que llegaron con los “salvadores” y que parecen incurables, como el cólera y la miseria impuesta. El sufrimiento interminable de los sindicalistas, campesinos e indígenas colombianos, abocados con todo y el nuevo gobierno y su lenguaje moderado a la continuidad feroz del asesinato sistemático en un territorio sembrado de impunidad y de fosas comunes.

Tierras, fosfatos, pesca, petróleo, biodiversidad, agua dulce, minerales, el oxígeno del aire, el trabajo humano y hasta la posición de un pueblo en el globo, todo convertido en mercancía, botín de las multinacionales y de un puñado de especuladores, auténticos terroristas a los que no se les quiere poner nombre y que han logrado imponer –valiéndose del pánico- el deber universal de mantener sus tasas de ganancia siempre al alza. Ellos son, hoy por hoy, el verdadero poder detrás de las democracias modernas y la causa de las peores violaciones de los derechos humanos que logran quedarse sin castigo. Persecuciones, discriminaciones, amenazas, ejecuciones extrajudiciales, desaparición forzada, tortura, detenciones arbitrarias, desplazamiento forzado, miseria, hambre, guerras… viejas roñosas que hasta hace poco se paseaban por Europa y no olvidan el camino de regreso.

Es un panorama, el de los derechos humanos, que dice mucho y mal de nuestra civilización y de su fracasado modelo neoliberal, empobrecedor, contaminante, que convirtió a las democracias en rehenes del poder económico. Sin embargo hay gentes luchando por la defensa de los derechos humanos, por la justicia, por las libertades fundamentales, muchas lo hacen desde los pueblos martirizados, pero su esfuerzo se estigmatiza o se esconde. Pocos avances hubo en derechos humanos en el último año y crece el número de personas sin derechos económicos, sociales y culturales, mientras unos pocos potentados se convierten en dueños del mundo y se disputan lo que queda de él, sin miramientos. Los gobiernos y parlamentos entraron en ese juego y de manera cínica impulsan tratados comerciales que ponen los negocios por encima del respeto a los derechos humanos.

Habría que celebrar un día el cese de la impunidad, la avaricia y la depredación, pero eso está lejos. Inmersos en la molicie somos meros espectadores de la desgracia ajena y de la propia pérdida de derechos conquistados con el estado de bienestar. Es hora de hacer algo para impedir la destrucción de centenares de pueblos y culturas, debiéramos hacer lo posible por detener el sufrimiento de tantas personas y la peligrosa devastación del planeta que nos compromete a todos, redoblar la solidaridad y la denuncia. No olvidar que “aunque los golpes sean muy duros, nada duele más que la indiferencia”.

Colectivo de Colombianos Refugiados en Asturias “Luciano Romero Molina”

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