Siguen caminando, mirando, convocando, gracias a sus familias que incansables los buscan, igual que buscan Justicia y Verdad. Son los detenidos y detenidas desaparecidos que, en el caso de Colombia, según el centro nacional de memoria histórica, entre 1970 y 2015 suman 60.630, número que ha seguido creciendo…
…aunque con menor intensidad, posterior a la firma de Acuerdos entre el gobierno nacional y las FARC, luego de la cual líderes sociales, firmantes de los acuerdos, amnistiados y sus familiares continúan siendo asesinados a un ritmo de uno cada cuatro días.
Son las familias quienes mantienen con vida y presente al desaparecido o desaparecida. Y son ellos y ellas quienes han ido levantando alternativas que les permitan romper el silencio y la mentira y acercarse a diversos sectores de la sociedad para que conozcan a sus familiares desaparecidos, lo que hacían, lo que buscaban, sepan que el crimen de desaparición forzada existe y atenta contra la humanidad de cada uno de nosotros y asuman que evitar que siga sucediendo es un reto a la humanidad de todos y todas.
Tijeras, agujas, hilo, telas de diversos colores, sobre la mesa iluminada por los débiles rayos del sol. Alrededor de la mesa un grupo de 10 mujeres cortando, cosiendo, midiendo, hablando, riendo. Cada quien trabaja una sección: la de su familiar. Casitas, coloridos paisajes, bicicletas y trofeos, van brotando de las manos que, juntarán las piezas de las que surgirá la Mandala que orgullosas exhibirán el próximo 28 de mayo, como parte de las actividades de la Semana Internacional del Detenido-Desaparecido. “¿Dónde están?” es la pregunta, bordada en la Mandala, que al viento lanzarán mientras marchan con la ilusión de encontrar oídos receptivos y corazones solidarios.
Es otro intento por romper la indiferencia y mostrar al público la existencia, aún hoy, en Colombia, del delito de desaparición forzada. Por eso, desde hace al menos dos meses, se reúnen cada sábado y mientras aguja e hilo van perfilando las imágenes escogidas por cada una para representar a su familiar desaparecido, evocan sus recuerdos. Los de aquellas y aquellos que desaparecieron son los que en vistosos colores van plasmando en las hermosas figuras hechas en tela. Los otros, los de la lucha incansable de ellas y sus familias por rescatarlos de las sombras, hacen parte de la conversa.
Vivos se los llevaron, vivos los queremos
Hace 37 años, en enero de 1981, familiares de desaparecidos y desaparecidas declararon la última semana de mayo como la Semana Mundial del Detenido Desaparecido que, desde entonces, se ha convertido en espacio de denuncia, solidaridad y comunicación con diversos sectores de la sociedad en los países en los que aún se presentan desapariciones forzadas. Incluso en diversas partes del mundo se realizan actividades de solidaridad y apoyo a las exigencias de los familiares de detenidos desaparecidos y sus organizaciones
Santiago, Montevideo, Buenos Aires, Guatemala, La Paz, Bogotá, vieron desde inicios de los 70 marchar por sus calles grupos formados, en su mayoría, por mujeres levantando sus voces y con las fotos de sus desaparecidos recorriendo incansables, áridos y dolorosos caminos en la búsqueda de hijas, hijos, esposos, hermanos, desaparecidos por organismos estatales o por civiles con apoyo estatal. Pequeños grupos que al paso de los años al grito de “Vivos se los llevaron, vivos los queremos”, vieron sumarse nuevos rostros en la medida en que, al calor de los golpes de estado, y las declaratorias de Estado de Sitio, crecía de manera acelerada el número de detenidos-desaparecidos, que en Colombia se calcula, según el Centro Nacional de Memoria, en 60.630 entre 1970 y 2015.
El decreto conocido como “Noche y Niebla”, expedido en 1941 por el régimen nazi, al autorizar “la desaparición del enemigo y la negación del conocimiento de su paradero” inicia de manera “legal” una criminal práctica que, en el caso de América Latina, ejecutan desde finales de los 60, las dictaduras militares del sur y centro del continente. En Colombia en cambio, la oligarquía criolla demostraba que se puede ser “democracia” actuando como dictadura en permanente declaratoria de guerra contra todo aquel que osara pensar diferente. Y el número de desaparecidos y desaparecidas fue creciendo al ritmo en que crecían movilización popular y represión, llegando a sobrepasar en decenas de miles a los desaparecidos y desaparecidas del Cono Sur.
La aplicación de la Doctrina de Seguridad Nacional y la concepción del “enemigo interno” impulsadas desde Washington, pretendieron detener el avance de los movimientos populares en América Latina y creyeron encontrar en la desaparición, la tortura y la muerte las armas que silenciarían ese creciente movimiento, detendrían la movilización y permitirían continuar imponiendo su modelo económico depredador y generador de hambre y muerte. A la larga, no lo lograron pero el costo en vidas y sufrimiento ha sido incalculable para las familias y para sus comunidades, vecinos, amigos, sometidos a la perenne tortura de la ausencia inexplicada y preñada de nefastos presagios.
El crimen de desaparición forzada es una de las más crueles expresiones de un poder que cree no tener límites y pretende convertir a familiares, amigos, compañeros, en “muertos en vida”, aterrorizados, a la eterna espera de la aparición del ser amado. Pretende, digo porque a pesar de esa decisión de los victimarios, muchos son los casos en que, venciendo el terror, las familias exigen al estado la búsqueda recibiendo a cambio, persecución, muerte y nuevas desapariciones. Pocos, muy pocos son, en cambio, los que logran les sean entregados los restos que, en muchos casos, al paso del tiempo, se descubren como pertenecientes a otra u otro desaparecido. Lo que, a pesar de su lucha nunca logran los familiares es que se lleven a cabo acciones dirigidas a investigar y sancionar a los culpables. Y cuando ello ocurre, cárcel, exilio, muerte son el costo que arriesga la familia por atreverse a denunciar y a mantenerse en la larga y riesgosa lucha. Terror pretendiendo garantizar el silencio encubridor de la mentira. Muchos son los casos en los que es la propia familia quien debe asumir la búsqueda y muchos los que, una vez localizados los restos, ven pasar los años sin que los organismos estatales realicen las exhumaciones y las labores de identificación. Pero muchos más son los casos en los que las desapariciones no son denunciadas, lo que impide la existencia de un registro real.
Durante los 41 años transcurridos desde la desaparición de Omaira Montoya Henao, primera detenida-desaparecida reconocida en Colombia, cuyos restos siguen sin ser localizados y cuyo crimen continúa impune, los familiares de desaparecidos, en Colombia, han batallado sin descanso buscando encontrar a su seres queridos, impedir la impunidad y reivindicar la memoria de sus víctimas, mancillada en muchos casos con calumnias y falsas acusaciones que pretenden justificar la desaparición e impedir que nazca la solidaridad y que la sociedad en general asuma la responsabilidad de impedir que este crimen continúe sucediendo y de lograr que se haga justicia por lo sucedido.
Ha sido también la lucha de los familiares de detenidos desaparecidos la que logró, luego de múltiples esfuerzos que, tras años de lucha y varios intentos, por fin en el año 2000 se legislara en Colombia sobre desaparición forzada. En los años posteriores se crearon mecanismos e instituciones cuya respuesta ha sido ineficiente en la búsqueda, identificación y entrega digna de restos. De ahí las expectativas de algunas víctimas y sectores de opinión en la Unidad de Búsqueda de Personas Desaparecidas en el Marco del Conflicto Amado.
En la macabra historia de la desaparición forzada en Colombia se desconoce aún la cifra exacta de jóvenes engañados con promesas de trabajo y entregados, por civiles contratados y pagados para ello, a las Fuerzas Militares quienes luego de asesinarlos los presentaban como “bajas ocasionadas al enemigo”. Permisos, ascensos y pagos en dinero, en base a una tabla expedida por el propio Ministerio de Defensa, fueron medios usados por el estado colombiano en su afán de mostrar resultados en la lucha contrainsurgente. La lucha de sus familiares logró que estos crímenes fuesen conocidos y en algunos casos hizo posible la exhumación de sus restos. Lo imposible sigue siendo la justicia que, incansables, siguen buscando, en la mayoría de casos, sus madres. Son muchos los casos en que a pesar de su lucha, las familias no han recibido aún los restos de sus familiares desaparecidos, asesinados y hechos pasar como “guerrilleros” ante la opinión pública.
No solo marchas, mítines, plantones y lucha legislativa y jurídica, nacional e internacional, han impulsado las familias. El arte en sus más diversas expresiones se ha convertido en otra forma de lucha contra el olvido. Canciones, poemas, esculturas, obras de teatro, murales callejeros, son solo algunas de las formas artísticas que han permitido a las familias expresar su dolor, rescatar la memoria de los suyos y compartirla con una sociedad anestesiada, manipulada y cada vez más deshumanizada.
En la macabra historia de la desaparición forzada en Colombia se desconoce aún la cifra exacta de jóvenes engañados con promesas de trabajo y entregados, por civiles contratados y pagados para ello, a las Fuerzas Militares quienes luego de asesinarlos los presentaban como “bajas ocasionadas al enemigo”. Permisos, ascensos y pagos en dinero, en base a una tabla expedida por el propio Ministerio de Defensa, fueron medios usados por el estado colombiano en su afán de mostrar resultados en la lucha contrainsurgente. La lucha de sus familiares logró que estos crímenes fuesen conocidos y en algunos casos hizo posible la exhumación de sus restos. Lo imposible sigue siendo la justicia que, incansables, siguen buscando, en la mayoría de casos, sus madres. Son muchos los casos en que a pesar de su lucha, las familias no han recibido aún los restos de sus familiares desaparecidos, asesinados y hechos pasar como “guerrilleros” ante la opinión pública.
No solo marchas, mítines, plantones y lucha legislativa y jurídica, nacional e internacional, han impulsado las familias. El arte en sus más diversas expresiones se ha convertido en otra forma de lucha contra el olvido. Canciones, poemas, esculturas, obras de teatro, murales callejeros, son solo algunas de las formas artísticas que han permitido a las familias expresar su dolor, rescatar la memoria de los suyos y compartirla con una sociedad anestesiada, manipulada y cada vez más deshumanizada.
Por eso, en la dura lucha que se seguirá dando para la puesta en marcha de organismos y mecanismos del llamado “Sistema Integral de verdad, justicia, reparación y no repetición”, entre ellos la Unidad de Búsqueda, sigue siendo necesario levantar voces y puños acompañando a los y las familiares para que el colombiano del común se entere de que existe la desaparición forzada, entienda que nada la justifica, conozca quiénes han sido y siguen siendo las víctimas de este crimen y se decida a acompañar a las familias cuando estas necesiten realizar presión ante instancias nacionales o internacionales en su aún largo y tortuoso camino en búsqueda de verdad y justicia. Lo que sí está claro es que frente al olvido que espesa la neblina y aumenta las sombras de la desaparición, surgen memoria y solidaridad como murallas frente a la muerte y a la sinrazón. La de ellos y ellas y la nuestra.
Rosalba Moreno
Mayo 20 de 2018