Transiciones de allí y de aquí: una guía para desentrañar el concepto

Transiciones de allí y de aquí: una guía para desentrañar el concepto

Por: Eduardo Gudynas

En los últimos años se ha vuelto muy común anunciar cambios empleando el término “transiciones”. Entre los usos más repetidos están los llamados a las transiciones “justas” o las que se enfocan en energía y cambio climático. En Colombia esas cuestiones son conocidas, ya que bajo el gobierno de Iván Duque se anunciaron programas sobre transiciones energéticas, y más recientemente, en la presidencia Petro se multiplicó todavía más el empleo de la palabra aludiendo a cambios en la explotación de combustibles fósiles y la generación de electricidad.

Al mismo tiempo, esa noción también tiene un fuerte empuje internacional, en particular por la estrategia de la Unión Europea para lo que denomina como una “transición justa”. Esta involucra distintos planes en los países miembros de esa unión como nuevas regulaciones en su comercio internacional.

Esas cuestiones también vienen siendo abordadas por otros actores, como políticos, académicos e incluso organizaciones ciudadanas, que emplean la misma palabra, a veces en sentidos acotadas, pero en otros con ambiciones mucho mayores (tales como los llamados a unas transiciones socioecológicas). Lo utilizan también las empresas, distintas instituciones multilaterales como el Banco Mundial, y aparece repetidamente en la prensa.

De esta manera, los llamados a las transiciones se popularizaron pero a costa de usos muy diversos, que, por momentos desemboca en entreveros mayúsculos, en tanto la misma palabra puede significar cuestiones muy distintas. Predominan los aportes generados en los países industrializados occidentales en el Norte, y se repiten aquí, en nuestro Sur, como si las transiciones de aquellas regiones sirvieran para nuestros países. Es por lo tanto necesario desentrañar esta maraña de ideas, conceptos y planes.

El concepto de transiciones

El primer paso es rescatar los significados de la palabra. Un aspecto esencial que es repetidamente olvidado es que el término siempre implica a otras dos condiciones. En primer lugar, existe un diagnóstico o una interpretación de una situación actual, que suele considerarse negativa, injusta e intolerable, y que debe superarse. En segundo lugar, se postulan alternativas con el fin de resolver la situación actual, lo cual se expresa en ideas, sensibilidades y aspiraciones. Las transiciones son el proceso de pasar de una situación a otra. Por lo tanto, las transiciones nunca son en sí mismas, sino que están condicionadas a la situación inicial que se desea superar y las metas a las que se aspira llegar.

En efecto, la transición es el tránsito desde una situación actual a una meta o futuro ambicionado. Recordemos que la palabra “transición” en español, como en otros idiomas, significa pasar de un estado a otro, y que se deriva de su raíz latina transitus, que expresa la idea de moverse.

Ese tránsito, con sus ideas y acciones, depende de los puntos de partida y de los fines deseados. Por lo tanto, cualquier postulado de transiciones está incompleto sin una descripción de la situación actual y los objetivos de las alternativas. Ese caminar puede ser rápido o lento, pero nunca repentino; las transiciones son distintas, por ejemplo, de las revoluciones.

Transiciones con objetivos inciertos

La segunda cuestión es advertir que en la actualidad muchas transiciones se han convertido en fines en sí mismas. Los objetivos a alcanzar no se describen adecuadamente ni se evalúan apropiadamente las condiciones actuales que deben superarse. El concepto se desmembró de sus puntos de partida y llegada. Eso desemboca en una limitación grave que pasa desapercibida una y otra vez, pero que tiene implicaciones notables.

Un ejemplo muy claro es la proliferación de transiciones en energía que la reducen a promover la electrificación o la disposición de autos eléctricos. Esto es típico en las propuestas europeas, y desde allí se ha difundido a otras regiones, incluida América Latina. Ocurre lo mismo con transiciones que postulan que basta con instalar parques eólicos o solares como medida que solucionaría el cambio climático.

Bajo esas miradas, los cambios en las fuentes de energía se convirtieron en fines en sí mismos de esas transiciones. Quedan por el camino muchos otros aspectos claves, tanto sociales como ambientales, tales como considerar los cómo y para qué se consume la energía eléctrica, sin capacidad en discernir entre usos legítimos como otros superfluos, o los impactos sociales y ambientales que también tienen esas otras fuentes de energía. También se minimizan o ignora que toda esa transformación liderada por las naciones industrializadas requiere recursos naturales que se obtendrán en el Sur, como el litio de Chile o el ferroníquel colombiano.

Transiciones cortas y largas

Una vez incorporados o inferidos adecuadamente los propósitos, se podrían identificar diferentes propuestas de transición. El primer grupo corresponde a planes que representan ajustes dentro de diversos enfoques de desarrollo. Estos incluyen reformas tecnológicas o de gestión, como la expansión de las fuentes de energía solar o eólica y el atractivo para la empresa privada, pero que no abordan otros componentes de los procesos productivos. En estas transiciones, las discusiones se centran en particular en la modificación de las fuentes de energía para así poder mantener el mismo estilo de desarrollo. El ejemplo de arriba es el más frecuente: persistir en los estilos convencionales consumistas, asegurando automóviles con baterías para todos.

Un segundo grupo se refiere a medidas que contemplan objetivos más ambiciosos, buscando una transición de un tipo de desarrollo a otro. Estas incluyen transiciones que rechazan los estilos de desarrollo neoliberales y proponen variantes con una intervención estatal más intensa. Ejemplos de estas posturas incluyen la socialdemocracia, el capitalismo progresista del Nobel en economía Joseph Stiglitz, o los planes de Mariana Mazzucato, quien visitó Colombia y otros países sudamericanos publicitando su programa de “misiones” para salvar el capitalismo. Incluso el Foro Económico de Davos, donde se reúne la elite empresarial y política occidental, ha llamado a transiciones orientadas a resetear el capitalismo.

Estos tránsitos son mas ambiciosos que los anteriores, ya que entienden que los estilos de desarrollo conservadores tienen importantes impactos sociales y ambientales que no pueden resolverse mediante ajustes o reformas instrumentales. Sus promotores son académicos, políticos progresistas y líderes empresariales de sectores tecnológicamente más sofisticados. Consideran que las viejas estrategias, como las defendidas por corporaciones mineras o petroleras, alimentan conflictos ciudadanos y ponen en riesgo al planeta. Concluyen que esas posturas ponen en riesgo los negocios en todos los sectores, y por ello reclaman ajustes y giros sustanciales.

Un examen atento muestra que estos dos tipos de transiciones ocurren dentro del marco de las ideas de desarrollo. Son tránsitos de una variedad de desarrollo a otra. Por esa razón son aquí descritas como transiciones cortas. Todas ellas responden a las concepciones occidentales del desarrollo como progreso, impulsado por el crecimiento económico, basado en la apropiación de los recursos naturales, operando en mercados donde se asignan flujos de capital y propiedades.

Algunas son descritas como transiciones “justas”, como ocurre con los planes de la Unión Europea, pero que de todos modos corresponden a un tránsito corto, enmarcados en el Pacto Verde Europeo. Su objetivo es alcanzar la neutralidad en emisiones de gases de efecto invernadero, pero siempre garantizando al mismo tiempo el crecimiento económico, y que para lograrlo debe apropiarse de recursos naturales que se extraen desde distintas partes del mundo.

Un tercer conjunto de propuestas parte de un diagnóstico diferente, por lo que sus alternativas son más ambiciosas. Se cuestionan tanto los fundamentos conceptuales e ideológicos del desarrollo, como sus prácticas, en todas sus formas, considerando que encierran las causas fundamentales de las crisis sociales y ambientales. Por lo tanto, las alternativas no apuestan a renovar o reformular el desarrollo, sino que buscan trascenderlo. Para alcanzar esas metas tan distintas son necesarias las transiciones largas.

Esta postura es muy distinta, y puede ser descrita considerando la crisis climática. La alternativa que se busca no está limitada a promocionar autos eléctricos, ni siquiera está restringida al sector energía. Son alternativas que consideran otros sectores y las formas en que se organizan y operan los procesos productivos. De ese modo, se requieren cambios, pongamos por caso, en los distintos sectores responsables de las emisiones de gases invernadero que no se resuelven con automóviles eléctricos o filtros en chimeneas. En el caso colombiano como de otros países sudamericanos, el origen de esas emisiones se encuentra sobre todo en la deforestación, la agricultura y la ganadería, y otros cambios en el uso de la tierra (representando más de la mitad de los gases invernadero en estos países). De ese modo, esos tránsitos obligan, entre otros componentes, a rediseñar las estrategias agropecuarias o la tenencia de la tierra. Las transiciones cortas, por el contrario, no integran por lo general ese tipo de problemas, mientras que estas otras, que son largas, obligan, por ejemplo, a replantear los debates sobre reformas agrarias.

Las transiciones largas buscan ir más allá de la noción de crecimiento económico. Es importante advertir que esta postura aplicada aquí, en América Latina, no implica una aceptación inmediata de la idea europea de decrecimiento. Nuestras condiciones son muy distintas, y las naciones del Sur, en sentido estricto, deberían considerar desvincularse de las nociones de crecer / decrecer como principios organizados, para enfocarse en asegurar la calidad de vida de las personas y la integridad de la Naturaleza. De ese modo puede haber sectores que se reducen, como los asentados en consumos opulentos de alto impacto, pero otros deberán crecer, como ocurre con la infraestructura en salud o educación.

Dando unos cuantos pasos más, las transiciones largar incorporan otras esferas como la política y la cultura. No se contenta con medidas instrumentales tecnológicas ni reformas económicas, sino que al apuntar a las raíces del problema también incide en las sensibilidades y los modos de entender la política en amplio sentido. De distintas maneras están en juego las nociones de justicia.

Se pueden señalar varios ejemplos de transiciones largas propias de Amética Latina. Un caso conocido es la salvaguarda de los derechos de la Naturaleza, tal como se la formula en la Constitución de Ecuador, desde donde se fundamenta la moratoria petrolera en sitios amazónicos de ese país. Esta es una alternativa radicalmente diferente a las ideas que sustentan el desarrollo, ya que todas consideran la naturaleza como un conjunto de objetos sin valor propio. En el mismo sentido, sumando otras dimensiones, se encuentra la noción andino-amazónica del Buen Vivir.

Distintas transiciones, diferentes resultados

Como puede observarse, las transiciones cortas y largas son diferentes, ya que responden a muy distintos diagnósticos y ambiciones de cambio. El problema en esto es que las transiciones cortas que sobre todo promueven las naciones industrializadas pueden impedir los cambios largos en América Latina. Este es un asunto particularmente grave y que pasa desapercibido.

En efecto, aquella transición corta que promueve la electrificación con baterías de litio desemboca en incentivar los extractivismos mineros en el Sur, en países como Chile, Argentina y Bolivia. La minería del litio pone en riesgo ecosistemas claves y las comunidades andinas que viven alrededor de los salares. Al mismo tiempo, la proliferación de fuentes renovables en América Latina, como las hidroeléctricas, eólica o solar, se hace sin sopesar sus impactos locales ni los fines de esa energía. Por ejemplo, en Chile está en marcha esa reconversión, pero al menos un tercio de ella está destinada a la minería, reforzándose de ese modo un desarrollo convencional. Se desemboca en transiciones en las cuales fácilmente se adjudican calificativos como “minería sostenible”, “verde” o “litio ético”, lo que las hace funcionales al desarrollo convencional. Al mismo tiempo, en esas transiciones cortas no se discuten las opciones que desafían conceptos fundamentales como la propiedad, el capital y el mercado —típicos de las transiciones largas—.

Incluso hay tránsitos que operan en direcciones opuestas. Las transiciones largas buscan garantizar la calidad ambiental y una agricultura que proporcione alimentos saludables. Sin embargo, las transiciones cortas que promueven una gran expansión de la generación de electricidad mediante extensos campos de paneles solares resultan en la pérdida de tierras agrícolas, imposibilitando el logro de los objetivos de la transición larga, como está ocurriendo en Chile.

Las transiciones cortas también se refuerzan a través de otros canales. Aunque algunas son específicas de los países industrializados, no se describen como “transiciones europeas”, por ejemplo, sino como globales. El Norte Global tiene un poder desproporcionado a la hora de determinar qué es o no global. Al enmarcarlas como planetarias, también adquieren legitimidad en los países y sociedades del sur. Se las defiende e incluso imponen por medio de canales políticos y comerciales. Simultáneamente, muchas organizaciones del Norte global, incluyendo sindicatos, universidades, fundaciones e incluso redes ciudadanas, las amplifican, y de ese modo inciden en el Sur global. Más allá de las intenciones de unos y otros, en tanto no se las analiza con detenimiento, se producen imitaciones y repeticiones.

Alternativas de otro tipo

Las distintas crisis que padecemos requieren cambios sustanciales, y para alcanzarlos los cambios necesariamente requerirán transiciones largas. Problemas como el cambio climático no se resolverán con ajustes tecnológicos o con baterías de litio, sino que necesitan reformulaciones sustanciales en nuestras concepciones sobre la justicia y el bienestar común. Las transiciones cortas en muchos casos fracasan, en otros resultan en mejoras solo temporales, por lo que es hora de buscar opciones que ataquen los problemas en sus raíces.

Por estas razones son necesarias las transiciones largas. Así pueden abordarse las ideas, sensibilidades y prácticas fundamentales por las cuales se organizan las sociedades y se vinculan con sus ambientes. Ese objetivo implica transiciones que deben ser plurales, ajustadas a los contextos ecológicos, históricos y sociales de cada región, no pueden ser impuestas autoritariamente, sino que deben ser acordadas democráticamente.

Un examen más detallado sobre el papel de las transiciones se encuentra en el reporte “Transiciones: cortas o largas, reformistas o transformadoras, ajenas o propias”, publicado por el Observatorio Latino Americano de la Globalización, que se puede descargar aquí http://globalizacion.org/wp-content/uploads/2024/12/InformeGlobal01GudynasTransiciones2024.pdf

 

Eduardo Gudynas es investigador en el Centro Documentación Información Bolivia (CEDIB) y en el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES), e investigador asociado en el Observatorio Latino Americano de Conflictos Ambientales (OLCA).

Esta columna representa la opinión personal de su autor, Eduardo Gudynas, investigador en post-extractivismo y transiciones socioecológicas.

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