¡POR QUÉ CAMILO, AQUELLA NOCHE DE SEGURIDAD DEMOCRÁTICA, NUNCA LLEGÓ A SU CASA…!

Sólo después de dos meses Camilo logró salir de la cárcel. Y había contado con suerte. A otros detenidos demostrar su inocencia, aún no les era posible. Tal vez pasaría un año, o más, antes de poder comprobar que habían sido víctimas de un montaje. En su país esto era considerado como una política de “Seguridad Democrática”, y se caracterizaba por la realización de detenciones masivas en barrios marginales y poblados de origen campesino, capturas hechas bajo la excusa de estar persiguiendo a los “colaboradores de la guerrilla”. Las personas eran detenidas por decenas, mientras infinidad de delincuentes recibían altas sumas de dinero porque su estatus, ahora, se elevaba al de “testigos claves” o, también llamados, “informantes”.

Camilo había recobrado su libertad. Y unos cuantos días en las calles fueron suficientes para que una mezcla de ira y tristeza se apoderara de su cabeza. Los recuerdos volvían una y otra vez sobre él con imágenes cálidas que mostraban aplausos y apoyo a sus propuestas. Eran recuerdos anteriores a sus días de presidio, momentos agradables que ahora se opacaban por la actitud de quienes habían dejado de saludarle y hasta recomendaban evitar su compañía. Estaba acostumbrado a estar solo, pero no a la soledad que surge del abandono.

Él sabía que no podía tomar su “captura” como un accidente, o el resultado de un malentendido. Semanas antes a su detención había promovido una gran movilización por las principales calles de la ciudad, reuniendo a miles de personas bajo la misma consigna: “¡No a la privatización de las empresas públicas!”. Comprendía que este hecho era razón suficiente para ser considerado como persona no-grata. Por tanto se tomarían las molestias necesarias para mostrarlo como un mal ejemplo a seguir. Sí, el sabía que mantenerlo preso durante dos meses, mientras se le asociaba a un grupo alzado en armas, había sido una estrategia para presentarlo ante la sociedad como una “persona peligrosa”, y falta de credibilidad.

Bajo estas circunstancias, estaba seguro que el peligro no había terminado, pero también sabía cuán importante era la dignidad de su gente. Así que no se detendría. No iba a permitir que en su barrio sucediese lo que en otros sitios del país ya venía ocurriendo. Estaba cansado de ver cómo miles de personas dejaban de comer, sacrificaban su alimento diario, para ahorrar dinero y poder pagar los recibos de “agua” y “luz”, facturas que cada vez se hacían más elevadas e impagables a causa de las empresas extranjeras que proporcionaban el servicio. Él conocía los efectos devastadores que las empresas privatizadas habían dejado por todo el país. Y haría todo lo posible por impedir la venta de las empresas públicas de su ciudad a corporaciones extranjeras.

Pasaron dos meses. La gente del barrio fue convocada a una reunión en la Caseta Comunal. Altos funcionarios del gobierno habían llegado para dar explicaciones convincentes sobre los beneficios que traería consigo el privatizar las empresas de la ciudad. Los funcionarios abrieron la reunión. Y en su discurso palabras como “inviabilidad”, “ineficiencia”, y “corrupción”, surgían cada vez que se discutía sobre el funcionamiento de las empresas públicas. Pero cuando el tema resultaba ser “la privatización”, términos como “calidad”, “inversión”, “progreso”, y “desarrollo”, emanaban de sus labios cual paraíso terrenal, o Bálsamo de Judea.

La exposición duró casi una hora. Terminada la intervención de los funcionarios, el debate y el espacio para las preguntas fue abierto. Las intervenciones de la gente del barrio evidenciaban de una u otra forma que privatizar las empresas de su ciudad era algo perjudicial, aunque también estaban aquellos que defendían la propuesta del gobierno. Por su parte los funcionarios hacían lo suyo: respondían hábilmente colocando todas las situaciones adversas a su favor o, en el peor de los casos, enredando las cosas. Hasta ese momento Camilo no había intervenido. Él aguardaba con cautela, escuchando y analizando las respuestas y los argumentos de los funcionarios. La experiencia en este tipo de situaciones le fue enseñando, poco a poco, que era mejor aprender a escuchar y hablar lo necesario, de manera precisa, “sin dar papaya”. Entonces cuando creyó que ya estaba preparado para refutarles con contundencia, habló sin vacilaciones.

-Respetados doctores, la inviabilidad, la ineficiencia, y la corrupción, no son más que el resultado de un mal gobierno, permisivo con la corrupción y cuya política de seguridad no brinda protección a los pobres sino a los ricos, a los cuales se les protege para que puedan mover todas sus mercancías por las carreteras del país, mientras que a los pobres se les trata como delincuentes y sospechosos de ser guerrilleros. Y si las empresas públicas de nuestra ciudad son “inviables” y “corruptas”, está claro que la culpa la tiene el mismísimo Presidente, porque desde hace cuatro años está administrando el país haciendo inviable el patrimonio público para luego, con todo el descaro del mundo, justificar su venta.

Cuando Camilo concluyó, los funcionarios optaron por defenderse argumentando que “nadie es perfecto”, y que por ello ahora estaban tratando de remediar su “error administrativo” a través de las privatizaciones. Como se podía esperar, Camilo replicó.

-Señores, la privatización no es una solución como quieren hacernos creer. Pueden mostrarnos todas las cifras que quieran y hablarnos muy bonito del progreso y el desarrollo, pero la verdad es que las ciudades que vendieron sus empresas de servicios públicos, son ciudades donde sus habitantes pagan recibos de agua y luz muchos más caros en comparación al de nuestra ciudad. ¡Así que no nos vengan con cuentos! ¡La privatización no es una solución sino un negocio rentable con clientes fijos! Los clientes somos nosotros que todos los días consumimos agua y luz en nuestras casas…

A los funcionarios no les quedó nada más que decir. Entonces procedieron a cerrar sus computadores portátiles, mientras pronunciaban sus últimas palabras: “este gobierno lo único que busca es el progreso y la seguridad de sus ciudadanos; y por culpa de unas cuantas personas que no quieren seguridad y progreso, el Presidente no se va a detener”.

Los Altos Funcionarios del gobierno se marcharon. Pero las personas del barrio, no. Continuaron discutiendo sobre las acciones que realizarían para impedir que privatizaran el patrimonio público que, con tanto esfuerzo y sudor, sus antepasados habían ayudado a construir. La noche cayó. Y luego de muchos debates, ya estaban planteadas todas las acciones que iban a desarrollarse. Entre lo propuesto, evidentemente, se realizaría una gran movilización que recorrería las principales calles de la ciudad. Pero además de esto, también habían esbozado una idea, un proyecto en borrador que hablaba de fundar un Cine Club, así como la realización de talleres de pintura y conversatorios sobre Economía Solidaria y Derechos Humanos. Al quedar todo listo, la gente empezó a retirarse hacia sus casas. Camilo fue el último en partir, él siempre redactaba y escribía todo lo acontecido en el viejo computador de la caseta. Finalmente se retiró a eso de la media noche. Y se fue tranquilo, contento, porque las personas del barrio empezaban a tratarlo como antes, como si no hubiera estado preso.

Dos días después, la gente estaba en las calles. Pero el motivo que les movía no era impedir las privatizaciones. No. Esta vez la gente marchaba, y reclamaba, ¡por qué Camilo, aquella noche de Seguridad Democrática, nunca llegó a su casa…!

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